BONHÖEFFER: YO HE AMADO A ESTE PUEBLO
José Carlos De Nóbrega
En esta selección breve de textos variopintos, prologada por Hans
Rothfels, nos topamos con una de las preocupaciones temáticas fundamentales del
pensamiento de Dietrich Bonhoeffer (Breslavia, Imperio alemán, 4/2/1906-Campo de concentración
de Flossenbürg, Alemania, 9/4/1945): El
cristianismo como modo responsable de vida que se debate entre resistencia y sumisión –valga la alusión
al libro homónimo publicado por Sígueme en 1979-. Sean la rebelión o la
obediencia servil de la comunidad cristiana hacia adentro o hacia el entorno
político-social.
Los seis escritos fueron tomados de la obra póstuma del teólogo alemán al
cuidado de su amigo y promotor Eberhard Bethge. Son “Cartas a un hombre joven”,
“Después de diez años”, “La confesión de culpa”, “Bosquejo inconcluso del año
1942, en ocasión de renunciar a una cátedra luego de una subversión”, “De un
fragmento de drama” y el poema “Voces nocturnas”.
No obstante, la diversidad de géneros de escritura, el conjunto se
refiere al período previo y posterior a su detención. Bonhoeffer fue confinado
como preso político en abril de 1943, siendo ejecutado dos años más tarde. Por
ejemplo, “Después de diez años” es un documento crítico contundente en contra
del nazismo (1932-1942). La panorámica poco agorera de una Alemania poderosa,
ilusoria y expansionista no se queda en el papel, sino que del diagnóstico se
desprende la asunción del coraje cívico como solución inmediata.
La resistencia, pues, posee una profunda esencia cristológica: “Cristo
eludió el sufrimiento hasta que hubiera llegado su hora; mas entonces fue a su
encuentro en libertad; se posesionó de él y lo venció”. El sacrificio apuesta,
en este contexto opresor, por la reconstrucción de una República viva,
tolerante y progresista.
“La confesión de culpa” (1942) es el grito expresionista y profético que
arremete contra los vicios de la Iglesia cristiana alemana y su tibieza, por
demás injustificable, ante el totalitarismo de Hitler y su Cofradía suicida. Nos
remite, por supuesto, al Apocalipsis de San Juan, excediendo la paráfrasis lo
textual: “Debido a su propio enmudecimiento, la iglesia se hizo culpable de la
pérdida de acción responsable, de la falta de valentía que se necesita para ser
solidario y dispuesto a ayudar, para sufrir por lo que se ha reconocido como lo
verdadero”. El desmadre republicano se correspondía con la inútil edificación
de un Imperio, el III Reich.
El poema de cierre, “Voces nocturnas”, ambientado en la sórdida y mala
prisión, oscila entre la angustia depresiva en el Huerto de los Olivos y la
esperanza victoriosa del Cristo crucificado. No hallamos reconvenciones
piadosas ni quejas moralistas. Priva la transfiguración en un nuevo cuerpo
–esta vez poético- que antecede la Parusía desbaratadora de las clases
sociales, las guerras entre ricos y pobres y el pecado estructural y
configurador del status quo.
La culpabilidad que amarra de pies y manos a la feligresía, por obra y
gracia de una impía mediación sacerdotal, es despojada de su piadosa máscara
alienante: “¡Sólo la culpa es tenebrosa!”.
La historia no la escriben los vencedores que promueven la explotación de
las mayorías en un marco de injusticia. Es la comunidad ecuménica en lo
religioso, lo filosófico y lo político, la que ha de ejercer una historiografía
a contracorriente: “Separa un pobre ayer de un hoy pobre”.
El colofón no da pie a la resignación ni el conformismo ante el paredón o
la horca. Por el contrario, destila el brillo indiscutible de las grandes
causas humanísticas con su martirologio obstinado en el Amor:
“Extendido sobre mi catre,
Con la mirada absorta en la pared gris.
Afuera una mañana de estío que aún no es
nuestra,
Invade la campiña con su resplandor.
Hermano, hasta que al final de la larga noche
Amanezca nuestro día,
¡Resistamos!”
Este llamado de Dietrich Bonhoeffer nos sigue sacudiendo Hoy en pos de la
liberación como proceso permanente de redención personal y colectiva.
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