BONHÖEFFER: VIDA EN COMUNIDAD
José Carlos De Nóbrega
Vida en Comunidad (1979)
es un libro breve que colinda con la Teología de la Liberación, pese a que no
hay un tratamiento directo del tema político como en Resistencia y Sumisión, otro de sus títulos póstumos. En este caso,
tenemos un brillante ensayo teológico sobre la comunidad cristiana que excede
el formalismo religioso, ello para ratificar su condición de modo de vida
colectivo en Cristo.
Aborda
con sencillez discursiva y claridad argumental-bíblica la cotidianidad, los
rituales y la esencia de la comunidad cristiana enclavada en el calor de la
vida en el mundo. Los cristianos, convocados por Dios en la Iglesia, viven en
la vorágine o Pandemonium del entorno histórico-social que les toca vivir. Por
lo que la comunidad en Cristo no está bajo una cúpula segregacionista de
cristal.
La comunidad cristiana que es la Iglesia, ha
de constituir un estado de gracia, no una institución burocrática, ni
autoritaria, mucho menos clasista. El tema preocupó a Dietrich Bonhoeffer, no
sólo en lo teológico sino en lo vivencial, pues recordemos que además de la
prisión y la ejecución sumaria, los nazis lo separaron ilegal e ilegítimamente
de la comunidad evangélica que él dirigía en Alemania.
El
principio rector de la vida en la iglesia cristiana es éste: “comunidad
cristiana significa comunidad en y por Jesucristo”. Cristo es el único mediador
entre Dios y los hombres. De lo contrario, la Iglesia ejercería un poder
opresor desencaminado y reñido con el evangelio de liberación.
Una
categoría que nos sacudió el entendimiento y nuestra experiencia de fe en
Cristo, fue el de las “ensoñaciones piadosas”, enclavadas en un egocéntrico e
insufrible ‘deber ser’ que esclaviza al pecador a un anti-bíblico código
moralista. Estos esperpentos psíquicos y –por qué no- ideológicos, no son más
que el fundamento pernicioso, funcionarista y elitesco de un discurso
intolerante y explotador del Poder.
En
la vida en comunidad cristiana ha de prevalecer lo espiritual a contracorriente
de lo psíquico (paranoia, neurosis y megalomanía desde arriba) y el Poder
vertical que apoca al prójimo pecador y más vulnerable. En este sentido,
Bonhoeffer es categórico: “Dios no creó a mi prójimo como yo lo hubiera creado.
No me lo dio como un hermano a quien dominar, sino para que, a través de él,
pueda encontrar al Señor que le creó”.
Importa,
en esa atmósfera liberadora, vivir intensamente el día a día en la comunidad
cristiana: Desde el alba hasta la noche, reconozcamos la mayordomía o, mejor
aún, el amoroso comando, de Jesucristo en nosotros. Por ejemplo, compartir el
Pan –la eucaristía- es un acto comunitario y libertario en Cristo por
excelencia.
El
silencio que conlleva la meditación, referido a la experiencia cristiana de
cada quien, no desdice a la comunidad en Cristo. Por el contrario, el diálogo
individual con Dios se complementa con el compartir y la conversación con mis
hermanos de fe.
La
intercesión, orar por el Otro presentándolo a Cristo, es un acto de Amor y
Liberación que repercute naturalmente en el entorno histórico-social. La
oración no es un pliego de peticiones compulsivo, sino entraña una poética del
Decir concreto e inmediato que transforme al mundo.
Servir
al Otro, dentro y fuera de la Iglesia auténtica, constituye otro de los principios
rectores de la vida en comunidad, el cual se opone a un sistema jerárquico
religioso que la reseque. El servicio comunitario cristiano supone el
desmontaje de los discursos y prácticas del Poder malsano.
El
que es fiel en lo poco, es fiel en lo mucho: No juzgar para atizar e inducir la
culpabilidad del Otro. Se propone la confraternidad participativa de “débiles”
y “fuertes”. Lo cual involucra a la Iglesia y al mundo que la constriñe.
He
aquí una pregunta clave que nos formula nuestro teólogo: “¿cómo, finalmente,
podría ser liberadora y salvadora (la comunidad en Cristo), si en lugar de
proceder de la caridad que lo soporta todo, procede de la impaciencia y del
espíritu de dominio?” Esta es una materia pendiente no sólo de la jerarquías
religiosas (¿qué decir del Episcopado venezolano?), sino de una clase política
indolente, corrupta y cómplice que apuesta por la destrucción de una nación a
su favor. Claro está, el pueblo –religioso o no- tiene este estímulo para
reformular la lucha por su liberación y, por ende, la recuperación de la
República de nuestros fundadores.
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