LITERATURA Y TERROR [ALGUNAS
VARIANTES]
José Carlos De Nóbrega
1.- Edgar Allan Poe (1809-1849). Poe
es, al sol de hoy, un maestro imprescindible de la literatura. La vigencia de
su propuesta ha concitado el entusiasmo de Baudelaire, Valéry, Conan Doyle,
Pessoa, Borges, Cortázar y nuestro poeta Pérez Bonalde. Fundó tanto el relato
policial como el de horror modernos con una conciencia sin par del oficio
escritural [Al igual que San Juan de la Cruz, él mismo comentó impunemente la
composición de su propia obra (“El Cuervo”), sólo que el diálogo místico es
complementado por el juego matemático y racional de la prosa ensayística]. La
literatura de terror, derivación patológica y estética del espíritu romántico,
comprende lo sobrenatural [con su acento díscolo de ultratumba] y la inmersión
psicológica que aporta otra visión de mundo fundada en el miedo. Este huérfano
de solemnidad, se convertiría en un padre literario ebrio, pues serían poco concebibles
en su ausencia textos como “Casa Tomada” de Cortázar, “El Aleph” de Borges, “La
Gallina Degollada” de Quiroga o “El Corazón de las Tinieblas” de Conrad. Por
ejemplo, “La Caída de la Casa Usher” nos provee una arquitectónica que concilia
el miedo psicológico y el metafísico, amén de reconfigurar el género con un
pulso muy personal. La decadencia de la casa como motivo y clima literarios,
está sazonada por la universalidad de la desadaptación al medio, la soledad e
incluso el tema del doble como pivote dramático [los hermanos gemelos y los
camaradas enculillados]. La literatura ni siquiera es el bálsamo que
contrarreste la tormenta que se abalanzará sobre la casa: Se confunde el ruido novelístico
de la lucha entre Lanzarote y el Dragón con la desesperación de Lady Madeline de
Usher debatiéndose viva en su tumba en tiempo real. Entonces, la literatura de
horror se ha convertido en la anticipación de episodios históricos como la
lucha anti-somocista o el desplome de las Torres Gemelas en Nueva York. Otra
muestra magistral es “La Máscara de la Muerte Roja”, un relato que conjuga el
efecto terrorista y la crítica sociológica y política implacables: El
enmascarado polizonte que importuna a la nobleza feudal reunida en el castillo,
encarna la Peste bubónica, epidemia que viene a cobrarse su alícuota de muerte
a manera de justicia poética que todo lo iguala. “El pozo y el péndulo”
constituye un alegato aterrado contra la Inquisición que simula la minuciosidad
de sus manuales de tortura, no en balde el rescate de su protagonista por las
tropas francesas en el último minuto [este caso antecede a la poética
cinematográfica de suspenso]. “El Corazón Delator” sigue impactando a los
lectores que se asoman tras sus cortinas: La perspectiva de primera persona es
movida, entre otras cosas, por un afán de arrastrarnos al territorio mismo de
la patología psicótica enclavada en el miedo al Otro, en esta ocasión a la
repulsión a un anciano desvalido y discapacitado, al punto de hacerse oír
extrasensorialmente su corazón delator. El Bestiario tiene como nota cumbre “El
Gato Negro”, de donde el asesinato perfecto fracasa de nuevo al emparedar la
voz protagonista a la víctima y a la bestia delatora. Como si nada, lo
extraordinario sacude a la cotidianidad desde sus mismos cimientos: “Deseo
mostrar al mundo, clara y concretamente, una serie de simples acontecimientos
domésticos que, por sus consecuencias, me han aterrorizado, torturado y
anonadado”.
2.- Horacio Quiroga (1878-1937). Nacido
en el fin de año y fallecido en carnavales, Quiroga es otro referente
fundamental de la narrativa universal de terror. En un inquietante ensayo,
Héctor Murena boga a contracorriente de la consideración biográfica estridente
y convencional: “porque no se trataba de ningún modo de experimentar el horror,
de padecer para representarlo, sino de aprender una técnica que estaba clara en
Poe y en los maestros europeos: era una cuestión de oído y no una cuestión de
alma”. Se nos antoja, en un primer momento, la superación del maestro sin el
lastre parricida: El horror, al igual que los Caprichos de Goya, caricaturiza
el mundo agonístico y mustio de los hombres, pleno de despropósito, explotación
del Otro e injusticia social. Pero las tragedias personales tocan a la puerta y
exprimen el corazón atribulado, sólo que no pueden reducirse al equívoco de las
elucubraciones psicocríticas o los anecdotarios moralistas desprovistos de
humanidad. “La Gallina Degollada”, más allá de la muerte espantosa de Bertita a
manos de sus hermanos oligofrénicos, representa la historia clínica de una
familia disfuncional que se reduce mordiéndose a sí misma en el fragor de las
situaciones extremas: la culpabilidad inducida, la indolencia parental, la
incomunicación, las supersticiones pequeñoburguesas y el envilecimiento inherente
a la dinámica inhumana de las relaciones familiares de Poder. La perspectiva
narrativa omnisciente no remeda la voz ininteligible del Dios judeo-cristiano,
sino la positivista y funcional del científico social en tanto proveedor del
clima terrorista del relato. En “El Almohadón de Plumas” se repite el recurso
narrativo de tercera persona para simular la voz de un entomólogo a quien no le
pareciera conmover la muerte de Alicia ni la fealdad del parásito goloso e
hinchado que le chupó la sesera: “Estos parásitos de las aves, diminutos en el
medio habitual, llegan adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La
sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlo en
los almohadones de pluma”. Hay un dejo irónico en el tratamiento de esta muerte
accidental y caprichosa como las suertes de la ruleta rusa. “La Insolación” nos
parece un cuento perfecto, tanto en la construcción del Bestiario
[especialmente el diálogo entre los cinco fox-terriers] como en el acoso
oblicuo e inevitable de la Muerte respecto al desprevenido Míster Jones [“Pasó
un segundo y el encuentro se produjo. Míster Jones giró sobre sí mismo y se
desplomó”]. De la noche muy de gusto de Poe, pasamos al día abrasador y el
trópico candente de la selva o específicamente de Misiones, el hábitat
definitivo tanto del autor como de su obra narrativa. “A la deriva” se
convierte en bitácora contundente de la muerte hasta el detalle más compulsivo,
cual si fuese una reconstrucción forense: El hombre sucumbe no sólo a la
mordedura de la serpiente, sino a la confrontación puntual con el imponente paisaje
feraz y las condiciones precarias de vida del campesinado latinoamericano.
Razón, no carente de pesimismo, tuvo Murena: la tragedia de Horacio Quiroga
comprendió la bipolaridad tensa entre la alta cultura europea y la
identificación con la jungla al punto de padecer los sufrimientos de los
hombres, las bestias y los árboles. De allí que estilísticamente su prosa transitó
desde de las piruetas y arabescos modernistas, hasta atracar en una orilla
opuesta como la poética despojada del Decir materializada en esas estampas
maravillosas, conmovedoras y muy intensas de Misiones.
3.- Algunas muestras nicaragüenses.
Nicaragua
ha sido una nación que ha contado con nuestra simpatía desde la adolescencia.
La prolongada lucha contra la dinastía de los Somoza, los Marines, el
Departamento de Estado norteamericano y las transnacionales, nos parece digna
de seguir, asimilar y emular con personalidad propia. Su literatura, no
obstante el silencio de ciertos círculos intelectuales mediatizados, nos ha
obsequiado momentos de solaz y alegría equiparables a la caída de Tachito
Somoza en 1979. Tiene como puntos de referencia a Rubén Darío y Augusto César
Sandino: el poeta fundó la República literaria y el guerrillero la Utopía
libertaria por construir. Recordemos que Tacho y Tachito Somoza fueron abatidos
por poetas, el primero tiroteado a quemarropa en un baile en Nicaragua y el
segundo despedazado por un obús en La Asunción, Paraguay. Hemos revisitado
recientemente unos cuentos de Darío, Manolo Cuadra, Pablo Antonio Cuadra y
Ernesto Cardenal que abrevan en la literatura del terror, sólo que su tenor es
muy terrenal porque se contraponen a los miedos históricos [tal como ocurre en
“Aura” de Carlos Fuentes] y el pecado estructural que es la opresión de las
mayorías en todas sus variantes. “El fardo” de Rubén Darío resulta un cuento
frontal, rabioso y desvestido de todo artificio estilístico que denuncia las
horrorosas condiciones de vida de los pescadores nicaragüenses. Nada que ver
con las escenas cosmopolitas evasivas, pues su lenguaje es descarnado y duro
pese a provenir de un poeta: No hay metáfora eficaz para retratar la acción
conjunta de la miseria y la muerte sobre los desheredados de la tierra. “Torturados”
de Manolo Cuadra está ambientado en la época de la ocupación norteamericana que
persiguió inútilmente a Sandino: El narrador omnisciente no da concesiones a la
hora de relatar la índole invasiva de las torturas y el terrorismo de Estado
dispensados por los marines Hays y Phillips, empero el prisionero estragado los
hizo pedazos en su último suspiro con una bomba a su alcance. En este caso, el
relato se asume como artefacto incendiario de contra-propaganda en pro de la
liberación nacional. Ya lo había observado en sus memorias Rafael de Nogales
Méndez, la persistencia bandolera y resistente de Sandino tendría más adelante
sus continuadores conspicuos bajo la bandera del FSLN. “Eleuterio Leal” del
poeta Pablo Antonio Cuadra, es un cuento breve e inmediato que vincula la
lírica con la militancia insurgente: El rostro indígena se difumina en el aire
para emboscar y ultimar inmisericorde a un par de marines ruines, Brown y
Wiley, cuyas cabezas hediondas y ensangrentadas fueron dejadas en el cuartel
[en las barbas del teniente Starson] para escarnio de las fuerzas de ocupación.
En cambio, “El sueco” de Ernesto Cardenal apela al absurdo y el hiperrealismo
impostado para aterrar y desmontar al punto los pasadizos perversos del Poder
megalómano y sus aparatos ideológicos. El país se convierte en una gran prisión
que pretende apagar el fuego rebelde, no importa si estás recluido en una
colonia penitenciaria, si tienes la casa por cárcel o deambulas por la avenida
así nomás, aletargado como cordero rumbo a la degollina. Si bien el narrador se
presenta como protagonista, la escisión de la voz es tal que no sabemos si nos
escribe el sueco, el Presidente de la república centroamericana, su doble o su
inesperado curador-editor. La fluencia alienante y envilecedora del Poder
impacta y sobrecoge a muchos por diversas vías, de allí su eficacia terrorista
difícil de derrotar. Valencia de San Simeón el estilita, 19/9/2016.
Capricho del pintor español Francisco de Goya