lunes, 27 de febrero de 2017

LITERATURA Y TERROR [ALGUNAS VARIANTES]. José Carlos De Nóbrega


LITERATURA Y TERROR [ALGUNAS VARIANTES]

José Carlos De Nóbrega

1.- Edgar Allan Poe (1809-1849). Poe es, al sol de hoy, un maestro imprescindible de la literatura. La vigencia de su propuesta ha concitado el entusiasmo de Baudelaire, Valéry, Conan Doyle, Pessoa, Borges, Cortázar y nuestro poeta Pérez Bonalde. Fundó tanto el relato policial como el de horror modernos con una conciencia sin par del oficio escritural [Al igual que San Juan de la Cruz, él mismo comentó impunemente la composición de su propia obra (“El Cuervo”), sólo que el diálogo místico es complementado por el juego matemático y racional de la prosa ensayística]. La literatura de terror, derivación patológica y estética del espíritu romántico, comprende lo sobrenatural [con su acento díscolo de ultratumba] y la inmersión psicológica que aporta otra visión de mundo fundada en el miedo. Este huérfano de solemnidad, se convertiría en un padre literario ebrio, pues serían poco concebibles en su ausencia textos como “Casa Tomada” de Cortázar, “El Aleph” de Borges, “La Gallina Degollada” de Quiroga o “El Corazón de las Tinieblas” de Conrad. Por ejemplo, “La Caída de la Casa Usher” nos provee una arquitectónica que concilia el miedo psicológico y el metafísico, amén de reconfigurar el género con un pulso muy personal. La decadencia de la casa como motivo y clima literarios, está sazonada por la universalidad de la desadaptación al medio, la soledad e incluso el tema del doble como pivote dramático [los hermanos gemelos y los camaradas enculillados]. La literatura ni siquiera es el bálsamo que contrarreste la tormenta que se abalanzará sobre la casa: Se confunde el ruido novelístico de la lucha entre Lanzarote y el Dragón con la desesperación de Lady Madeline de Usher debatiéndose viva en su tumba en tiempo real. Entonces, la literatura de horror se ha convertido en la anticipación de episodios históricos como la lucha anti-somocista o el desplome de las Torres Gemelas en Nueva York. Otra muestra magistral es “La Máscara de la Muerte Roja”, un relato que conjuga el efecto terrorista y la crítica sociológica y política implacables: El enmascarado polizonte que importuna a la nobleza feudal reunida en el castillo, encarna la Peste bubónica, epidemia que viene a cobrarse su alícuota de muerte a manera de justicia poética que todo lo iguala. “El pozo y el péndulo” constituye un alegato aterrado contra la Inquisición que simula la minuciosidad de sus manuales de tortura, no en balde el rescate de su protagonista por las tropas francesas en el último minuto [este caso antecede a la poética cinematográfica de suspenso]. “El Corazón Delator” sigue impactando a los lectores que se asoman tras sus cortinas: La perspectiva de primera persona es movida, entre otras cosas, por un afán de arrastrarnos al territorio mismo de la patología psicótica enclavada en el miedo al Otro, en esta ocasión a la repulsión a un anciano desvalido y discapacitado, al punto de hacerse oír extrasensorialmente su corazón delator. El Bestiario tiene como nota cumbre “El Gato Negro”, de donde el asesinato perfecto fracasa de nuevo al emparedar la voz protagonista a la víctima y a la bestia delatora. Como si nada, lo extraordinario sacude a la cotidianidad desde sus mismos cimientos: “Deseo mostrar al mundo, clara y concretamente, una serie de simples acontecimientos domésticos que, por sus consecuencias, me han aterrorizado, torturado y anonadado”.

2.- Horacio Quiroga (1878-1937). Nacido en el fin de año y fallecido en carnavales, Quiroga es otro referente fundamental de la narrativa universal de terror. En un inquietante ensayo, Héctor Murena boga a contracorriente de la consideración biográfica estridente y convencional: “porque no se trataba de ningún modo de experimentar el horror, de padecer para representarlo, sino de aprender una técnica que estaba clara en Poe y en los maestros europeos: era una cuestión de oído y no una cuestión de alma”. Se nos antoja, en un primer momento, la superación del maestro sin el lastre parricida: El horror, al igual que los Caprichos de Goya, caricaturiza el mundo agonístico y mustio de los hombres, pleno de despropósito, explotación del Otro e injusticia social. Pero las tragedias personales tocan a la puerta y exprimen el corazón atribulado, sólo que no pueden reducirse al equívoco de las elucubraciones psicocríticas o los anecdotarios moralistas desprovistos de humanidad. “La Gallina Degollada”, más allá de la muerte espantosa de Bertita a manos de sus hermanos oligofrénicos, representa la historia clínica de una familia disfuncional que se reduce mordiéndose a sí misma en el fragor de las situaciones extremas: la culpabilidad inducida, la indolencia parental, la incomunicación, las supersticiones pequeñoburguesas y el envilecimiento inherente a la dinámica inhumana de las relaciones familiares de Poder. La perspectiva narrativa omnisciente no remeda la voz ininteligible del Dios judeo-cristiano, sino la positivista y funcional del científico social en tanto proveedor del clima terrorista del relato. En “El Almohadón de Plumas” se repite el recurso narrativo de tercera persona para simular la voz de un entomólogo a quien no le pareciera conmover la muerte de Alicia ni la fealdad del parásito goloso e hinchado que le chupó la sesera: “Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlo en los almohadones de pluma”. Hay un dejo irónico en el tratamiento de esta muerte accidental y caprichosa como las suertes de la ruleta rusa. “La Insolación” nos parece un cuento perfecto, tanto en la construcción del Bestiario [especialmente el diálogo entre los cinco fox-terriers] como en el acoso oblicuo e inevitable de la Muerte respecto al desprevenido Míster Jones [“Pasó un segundo y el encuentro se produjo. Míster Jones giró sobre sí mismo y se desplomó”]. De la noche muy de gusto de Poe, pasamos al día abrasador y el trópico candente de la selva o específicamente de Misiones, el hábitat definitivo tanto del autor como de su obra narrativa. “A la deriva” se convierte en bitácora contundente de la muerte hasta el detalle más compulsivo, cual si fuese una reconstrucción forense: El hombre sucumbe no sólo a la mordedura de la serpiente, sino a la confrontación puntual con el imponente paisaje feraz y las condiciones precarias de vida del campesinado latinoamericano. Razón, no carente de pesimismo, tuvo Murena: la tragedia de Horacio Quiroga comprendió la bipolaridad tensa entre la alta cultura europea y la identificación con la jungla al punto de padecer los sufrimientos de los hombres, las bestias y los árboles. De allí que estilísticamente su prosa transitó desde de las piruetas y arabescos modernistas, hasta atracar en una orilla opuesta como la poética despojada del Decir materializada en esas estampas maravillosas, conmovedoras y muy intensas de Misiones.

3.- Algunas muestras nicaragüenses. Nicaragua ha sido una nación que ha contado con nuestra simpatía desde la adolescencia. La prolongada lucha contra la dinastía de los Somoza, los Marines, el Departamento de Estado norteamericano y las transnacionales, nos parece digna de seguir, asimilar y emular con personalidad propia. Su literatura, no obstante el silencio de ciertos círculos intelectuales mediatizados, nos ha obsequiado momentos de solaz y alegría equiparables a la caída de Tachito Somoza en 1979. Tiene como puntos de referencia a Rubén Darío y Augusto César Sandino: el poeta fundó la República literaria y el guerrillero la Utopía libertaria por construir. Recordemos que Tacho y Tachito Somoza fueron abatidos por poetas, el primero tiroteado a quemarropa en un baile en Nicaragua y el segundo despedazado por un obús en La Asunción, Paraguay. Hemos revisitado recientemente unos cuentos de Darío, Manolo Cuadra, Pablo Antonio Cuadra y Ernesto Cardenal que abrevan en la literatura del terror, sólo que su tenor es muy terrenal porque se contraponen a los miedos históricos [tal como ocurre en “Aura” de Carlos Fuentes] y el pecado estructural que es la opresión de las mayorías en todas sus variantes. “El fardo” de Rubén Darío resulta un cuento frontal, rabioso y desvestido de todo artificio estilístico que denuncia las horrorosas condiciones de vida de los pescadores nicaragüenses. Nada que ver con las escenas cosmopolitas evasivas, pues su lenguaje es descarnado y duro pese a provenir de un poeta: No hay metáfora eficaz para retratar la acción conjunta de la miseria y la muerte sobre los desheredados de la tierra. “Torturados” de Manolo Cuadra está ambientado en la época de la ocupación norteamericana que persiguió inútilmente a Sandino: El narrador omnisciente no da concesiones a la hora de relatar la índole invasiva de las torturas y el terrorismo de Estado dispensados por los marines Hays y Phillips, empero el prisionero estragado los hizo pedazos en su último suspiro con una bomba a su alcance. En este caso, el relato se asume como artefacto incendiario de contra-propaganda en pro de la liberación nacional. Ya lo había observado en sus memorias Rafael de Nogales Méndez, la persistencia bandolera y resistente de Sandino tendría más adelante sus continuadores conspicuos bajo la bandera del FSLN. “Eleuterio Leal” del poeta Pablo Antonio Cuadra, es un cuento breve e inmediato que vincula la lírica con la militancia insurgente: El rostro indígena se difumina en el aire para emboscar y ultimar inmisericorde a un par de marines ruines, Brown y Wiley, cuyas cabezas hediondas y ensangrentadas fueron dejadas en el cuartel [en las barbas del teniente Starson] para escarnio de las fuerzas de ocupación. En cambio, “El sueco” de Ernesto Cardenal apela al absurdo y el hiperrealismo impostado para aterrar y desmontar al punto los pasadizos perversos del Poder megalómano y sus aparatos ideológicos. El país se convierte en una gran prisión que pretende apagar el fuego rebelde, no importa si estás recluido en una colonia penitenciaria, si tienes la casa por cárcel o deambulas por la avenida así nomás, aletargado como cordero rumbo a la degollina. Si bien el narrador se presenta como protagonista, la escisión de la voz es tal que no sabemos si nos escribe el sueco, el Presidente de la república centroamericana, su doble o su inesperado curador-editor. La fluencia alienante y envilecedora del Poder impacta y sobrecoge a muchos por diversas vías, de allí su eficacia terrorista difícil de derrotar. Valencia de San Simeón el estilita, 19/9/2016.                  


Capricho del pintor español Francisco de Goya

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