DIETRICH
BONHOEFFER
Al flaco Ismael Noé, militante
evangélico de la liberación en Cristo
Dietrich
Bonhoeffer (Breslau, Alemania, 1906-Flossenbürg, 1945) es una voz notable de la
teología cristiana contemporánea desde el protestantismo. Tenemos la osadía de
afirmar categóricamente que el conjunto de su obra antecede a la Teología de la
Liberación latinoamericana de Gustavo Gutiérrez, Enrique Dussel y Leonardo Boff.
Entre sus libros de teología tenemos Vida
en Comunidad (Sígueme, 1979) y El Precio de la Gracia.
Resistencia y sumisión
(1951, al cuidado de su editor y biógrafo Eberhard Bethge), publicado en 1983
por la católica Ediciones Sígueme –Salamanca, es un volumen póstumo que recoge
ensayos, correspondencia, diarios y poemas escritos en el contexto de su prisión
en Tegel, campo de presidio nazi, entre 1943 y 1945. Bonhoeffer fue un
militante de la fe cristiana que apostó por la liberación de su país
escarnecido por el Tercer Reich. Detenido el 5 de abril de 1943 por sedición,
fue ejecutado el 9 de abril de 1945, poco antes de que fuese liberada Alemania
por las fuerzas aliadas encabezadas por el Ejército Rojo creado por León Trotsky,
otro mártir de la libertad asesinado por el héroe estalinista español Ramón
Mercader en México el año 1940.
Además
de la correspondencia, acosada por la censura nazi y facilitada por amigos
oficiales del presidio, se compilaron poemas, oraciones y textos teológicos.
Por supuesto, el lector no puede pasar por alto la lectura del documento
“Balance en la transición a 1943. Al cabo de diez años” (publicado por La
Editorial argentina protestante La Aurora), un profundo y corajudo ensayo sobre
el desmadre del milenio nazi que, por fortuna, duraría doce años. La ética
cristiana se desborda para restituir la justicia, a la vera de la profecía
bíblica y el análisis político-social, en una Europa estragada por la guerra.
Nos
comenta Bethge que este título significativo se convierte en la película del
cautiverio de Bonhoeffer, o edifica a nuestro entender un gran poema polifónico
en verso y prosa en el que el pastor luterano “combina los aspectos más
personales con los mundiales, elaborando así, en una síntesis sensacional, la
unidad en un espíritu superior y en un corazón sensible”. La mística incubada
en la prisión es cristianismo rebelde y díscolo con el genocidio y la guerra
como negocio y expansión territorial esclavizante.
Incluso
un libro teológico “puro” como Vida en
Comunidad critica los vicios de las jerarquías religiosas y sus
“ensoñaciones piadosas” cuando arremeten contra los pecadores más vulnerables
y, en consecuencia, entenebrecen el devenir histórico y espiritual de la
comunidad cristiana. Reivindica la primacía del amor y el perdón muy por encima
de los formalismos religiosos institucionales y, por supuesto, la superioridad
moral. Una auténtica vuelta a la experiencia extrema y solidaria del
cristianismo de las Catacumbas, significa la asunción de un modo de vida
liberador y propiciador del cambio social dentro y fuera de la Iglesia.
No
nos queda duda que Bonhoeffer posee la estatura ética, utopista (la utopía no
es una pieza fantástica sino la formulación de un mejor mundo por venir) y
comprometida de Martin Luther King, Gandhi, Camilo Torres y Monseñor Oscar Arnulfo
Romero. Todos ellos, al igual que Sandino, Farabundo Martí y el poeta Roque
Dalton, integran el martirologio que se arriesga por la vida y no por la muerte
que entraña la sumisión de las mayorías. Ello no obstante las convicciones
religiosas y políticas de cada cual. Las clases dominantes insisten en
enfrentar la religión, la política y el arte como modos de vida que se
aborrecen. Por el contrario, son evidentes sus vínculos con la liberación de la
humanidad y la restitución de un mejor nivel de existencia.
Dietrich
Bonhoeffer no se refugió en ninguna cátedra teológica en Nueva York, ciudad en
la que también se formó. Apostó por organizar a la Iglesia de Cristo que no
quería plegarse a la villanía envilecida del totalitarismo de Hitler y
Mussolini. A tal punto, se le prohibió en Alemania ejercer el magisterio
universitario, la escritura profético-teológica y, peor todavía, la conducción
de su propia comunidad religiosa.
A
setenta y cinco años de su ejecución y martirologio, sus libros siguen
apasionando nuestro corazón cristiano y rebelde. Por tal razón, un grupo de
amigos (Ismael Noé, Martín Lara, Quique García Grooscors y este polemista
compulsivo) hemos constituido el Centro de Estudios Teológicos “Dietrich
Bonhoeffer” aquí en Valencia, la de Venezuela.
El
Día del Juicio Final de Dietrich Bonhoeffer, comprendió el período de dos años
de la estadía en prisión que lo llevó finalmente al paredón de fusilamiento. El
discurso literario en la situación extrema que supone el cautiverio y una muy
posible ejecución sumaria, no fue dispersa ni fragmentaria como se puede
desprender de una lectura superficial del referido libro póstumo. Constituyó
una experiencia poligráfica al igual que la Biblia: Escritura de Dios diversa,
contingente e intensamente humanística. En ambas propuestas escriturales, la
colectiva bíblica y la individual del reo del siglo XX, tenemos desde la
crónica del Génesis y el Éxodo, los cuatro evangelios y el diario llevado en la
celda; pasando por las epístolas de San Pablo y las cartas que se cruzó el
pastor y el hombre Bonhoeffer con familiares y amigos; hasta la poesía
indiscutible y confesional de los Salmos y los poemas del recluso político.
Sin
estridencia estilística alguna ni ampulosidad en la captación y recreación de
su vía crucis en cana, Bonhoeffer se convierte en poeta del Decir como el
pastor de cabras Miguel Hernández, el sacerdote Ernesto Cardenal o el monje
Thomas Merton. Sus poemas “¿Quién soy?” y “Voces nocturnas en Tegel”, dan
testimonio fehaciente tanto de la angustia que provoca la copa apurada por
Cristo en Getsemaní, como la alegría indecible de la resurrección al tercer
día. Todo un proceso de vida y escritura enclavadas en el saberse contradecir y
en la superación de la culpabilidad inducida por el Poder dominante de afuera y
el imaginario judeo-cristiano que bulle adentro. Bien lo decía Unamuno, fe que
no duda no se puede considerar como tal. A lo que añade con no menos elocuencia
el mismo Dietrich Bonhoeffer: “¿Quién soy? Las preguntas solitarias se burlan
de mí”.
He
aquí el poema “¿Quién soy?”, el cual habla por sí solo del diálogo contingente,
ansioso y amoroso de Bonhoeffer consigo mismo, con Dios trino liberador y con
su prójimo coetáneo y el de más acá en el tiempo histórico.
¿Quién
soy? Me dicen a menudo
Que
salgo de mi celda
Sereno,
risueño y firme,
Como
un noble de su palacio.
¿Quién
soy? Me dicen a menudo
Que
hablo con los carceleros
Libre,
amistosa y francamente,
Como
si mandase yo.
¿Quién
soy? Me dicen también
Que
soporto los días de infortunio
Con
indiferencia, sonrisa y orgullo,
Como
alguien acostumbrado a vencer.
¿Soy
realmente lo que otros dicen de mí?
¿O
bien sólo soy lo que yo mismo sé de mí?
Intranquilo,
ansioso, enfermo, cual pajarillo enjaulado,
Pugnando
por poder respirar, como si alguien me oprimiese la garganta,
Hambriento
de colores, de flores, de cantos de aves,
Sediento
de buenas palabras y de proximidad humana,
Temblando
de cólera ante la arbitrariedad y el menor agravio,
Agitado
por la espera de grandes cosas,
Impotente
y temeroso por los amigos en la infinita lejanía,
Cansado
y vacío para orar, pensar y crear,
Agotado
y dispuesto a despedirme de todo.
¿Quién
soy? ¿Este o aquel?
¿Seré
hoy éste, mañana otro?
¿Seré
los dos a la vez? ¿Ante los hombres un hipócrita,
Y
ante mí mismo un despreciable y quejumbroso débil?
¿O
bien, lo que aún queda en mí semeja el ejército batido
Que
se retira desordenado ante la victoria que tenía segura?
¿Quién
soy? Las preguntas solitarias se burlan de mí.
Sea
quien sea, tú me conoces, tuyo soy, ¡oh Dios!
[Tomado
de “Resistencia y Sumisión”, Ediciones Sígueme – Salamanca, 1983, traducción de
José J. Alemany, pp. 243-244].
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