sábado, 9 de enero de 2021

DON ABELARDO CUADRA (DE LA SERIE "RELATOS DEL DÍA DEL JUICIO FINAL"). JOSÉ CARLOS DE NÓBREGA

 


DON ABELARDO CUADRA

El ex teniente de la Guardia Nacional Abelardo Cuadra (Malacatoya, Granada, 1904 – Valencia, Venezuela, 1993) es la mejor fuente sobre el asesinato de Augusto César Sandino el 21 de febrero de 1934, no sólo en el rol de uno de los complotados del “Tacho” Somoza, sino por la franqueza y precisión de su testimonio. He aquí su confesión no exenta de crudeza ni de contrición, “Total: catorce asesinos y conmigo quince” (Cuadra, Abelardo, 1979: p. 116).

Sus memorias “Hombre del Caribe”, prologadas y pasadas en limpio por Sergio Ramírez, detallan el martirologio de Sandino en el capítulo III, La hora de asesinar a Sandino. Apela al epistolario dirigido a su hermano Luciano y camuflado en naranjas: Las cartas provienen de la Cárcel de la XXI, León, y datan de octubre y noviembre de 1935. Cuadra, luego de un simulacro de fusilamiento al igual que Dostoievski, pagaba en cana perpetua el delito de insurrección militar al primero de los Somoza, logrando escapar a pie por la selva que lo llevaría a Costa Rica. Luego de perseguir al revoltoso General Sandino, su periplo aventurero o -según el mismo autor- su Jodisea consistió en combatir las dictaduras en Centroamérica y el Caribe.

El capítulo en cuestión y el resto del libro integran un delicioso Pastiche o ajiaco en prosa que involucra los géneros del epistolario, la crónica, las memorias y el ensayo. Bajo la fluencia de poetas del Decir como su hermano Manolo Cuadra, el discurso de Don Abelardo –sin artificios estilísticos- reivindica la oralidad y la claridad expresiva. Concilia la Épica culta y el cancionero popular de los corridos, tangos, milongas y boleros. Nos llama la atención la curiosa terminología militar, “bala en boca” apuntando con el fusil o “bala de boca” a la hora de comer.

Don Abelardo relegaría al Santo el enmascarado de plata, mi héroe de la infancia en Caracas, a un lugar secundario en mi altar mestizo de paladines de fábula. Mediaron muchos años para que este nicaragüense poco conocido, empero carismático, apareciera en mi literatura majadera. En mi primer libro de cuentos, El Dragón Lusitano y otros relatos, le dediqué “Don Abelardo Cuadra: Un legionario del Caribe”, una biografía mínima bajo un sutil aire a lo Borges, pues más que personaje real e histórico pareciera una especulación compulsiva de mi parte. Eso fue en el 2013. Seis años después, esta vez en la fluencia de poetas como Armando Amanaú y Luis Alberto Angulo, escribí de un tirón durante Semana Santa mi primer libro de poesía, si así pueda considerarlo el más benévolo de los lectores, A la Pasión de Sandino. Se trataba de un homenaje al Titán de Nicaragua por vía de un contrapunteo en coplas entre Abelardo y el poeta Pablo Antonio Cuadra. Luego, incluí su visión de primera fuente en un ensayo titulado Sandino como motivo literario y actor político, donde dialogaba con otros escritores como Ernesto Cardenal [a quien el viejo no tragaba ni como poeta ni como político], Salomón de la Selva, Enriqueta Arvelo Larriva, Rafael de Nogales Méndez, Neil Macaulay, Orlando Araujo y José Pulido. Por lo que ustedes pueden ver, no me canso de escribir sobre el teniente Cuadra.

Además del testimonio sobre el magnicidio de Sandino a traición [no había otra para el asesino Somoza, pues el héroe guerrillero no fue derrotado ni por los marines en el campo de batalla], nos impresionaron dos de sus anécdotas. La primera relacionada con este crimen histórico y la segunda referida a Fidel Castro. Luego del triunfo de la revolución sandinista en 1979, Don Abelardo regresó a su país luego de un muy largo exilio. Señaló en qué lugar fue ejecutado sumariamente Sandino, donde el gobierno erigiría una estatua alusiva. Todos los días un jeep del ejército lo llevaba y lo traía de la escuela donde trabajaba de maestro. Durante su estancia, se peleó con dirigentes sandinistas como Tomás Borge y los Ortega. Un día, el jeep no lo buscó, por lo que él decidió salir nuevamente de Nicaragua. No es nada bonito caer en desgracia ante el poder vigente, si lo sabría él. En su etapa de la Legión del Caribe que combatió contra las dictaduras de aquel tiempo, Don Abelardo compartió lucha con un muy joven Fidel Castro en Cayo Confites previo al asalto del Cuartel Moncada. Nos contó que Fidel no se desnudaba en público, pese a hallarse en una “isla de los hombres solos”, y que paseaba por la playa pensativo y tomándose los dientes superiores con los dedos. Para el viejo era un misterio en qué cavilaba este muchacho guerrillero.          

Este conservador muy simpático, entre otras cosas, propuso como nueva lengua el castindio, sumándose a la poesía vanguardista, mestiza y nacionalista de Pablo Antonio Cuadra, José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal. Asimismo, las memorias lúdicas y trágicas de este héroe menor e ignorado desmontan los falsos partes de guerra de uno y otro bando: Niegan el eslogan, la intoxicación ideológica y lo políticamente correcto. El paladinismo va del real teatro bélico y político-social al papel, lo cual lo emparenta con el Coronel Aureliano Buendía, titán sepultado por la Historia de la Propaganda y elevado al imaginario universal por la literatura.

No repara en elogios a Sandino como político liberador y estratega militar, no obstante hallarse entonces en la tribu somocista: “Pero la gloria de la gesta de Sandino no está en haber matado tal o cual número de yankis, sino en haber sabido defender en lucha desigual, la soberanía, la libertad, la independencia y la dignidad de Nicaragua” (Cuadra, Abelardo, 1979: p. 107). El perfil que el autor tiene del prócer, además de colindante con lo mesiánico, es multifacético. Nos presenta al Sandino espiritista, masón e inigualable organizador político-militar. También nos aproxima al mundo íntimo del héroe de Las Segovias: “Era abstemio, no fumaba, no bailaba; en cuanto a hembras, cuando Doña Blanca su esposa no estaba de guardia en el campamento, se cuenta de mujeres que atravesaban la montaña para estarse unos meses haciéndole compañía, la salvadoreña Teresa Villatoro, principalmente. Era enemigo de perder el tiempo en pláticas banales y no le gustaban los chistes obscenos” (Cuadra, Abelardo, 1979, p. 108). La descripción física va del realismo fotográfico y el informe técnico militar, a la mitología popular: La condición del peso pluma dada su baja estatura, la buena musculatura, el cuerpo lampiño y los cojones bien desarrollados. Sin quererlo, el cronista por compulsión vital construye una apolínea transfiguración narrativa y comentada de Sandino y su milicia. Ello al extremo de apuntalar la rebeldía del hombre que nos lo cuenta con entusiasmo militante: “Se las sabían todas, por eso aguantaron pelear seis años con las puras uñas. Y yo aprendí mucho de ellos” (Cuadra, Abelardo, 1979: p. 114). El aguante de la guerrilla libertadora tuvo como móvil el amor.



He aquí el nocturnal de su Día del Juicio Final. El episodio de la conjura y la ejecución sumaria de Augusto César Sandino, está tatuada con fuego en el propio pellejo del memorialista, ello entre la culpabilidad, el remordimiento y la sinceridad: “la quemazón de la culpa ya no me dejaba en paz”. Culpabilidad cristiana vital en tanto estímulo de superación y no como detritus alienante de la institucionalidad religiosa. La única vez que Don Abelardo y yo pudimos conversar, él me refirió su animadversión a los curas salesianos con los que le tocó lidiar en la infancia y la adolescencia. Del auténtico reconocimiento de su pecado, Abelardo Cuadra edificó el camino hacia el cambio y la resurrección: “Y ese chingaste, ese rescoldo, esa furia y frustración por haber participado en el asesinato del hombre dueño del derecho y la razón, tenía necesariamente que materializarse en algo concreto, una sublevación” (Cuadra, Abelardo, 1979: p. 143).  Es una manera curiosa y empática de compartir desde dos alas diferentes del cristianismo, una personal teología de la liberación con el poeta Pablo Antonio Cuadra (el primero presbiteriano y el segundo católico): “(…) nuestra senda / es una sed andante y una luz de aventura / que al riesgo de una estrella conquista su Verdad”.

La crónica de este memorial del paladín sacrificado, traicionado y emboscado, funciona también como Profecía con vistas a la denuncia y el futuro. La coartada del Tacho Somoza consistente en su asistencia al recital de la poetisa Zoila Rosa Cárdenas en Campo de Marte, sede de la Guardia Nacional, conduciría a la más contundente justicia poética: la muerte del Tirano envejecido a manos del poeta Rigoberto López en medio de un festín y, mucho más tarde, el exitoso magnicidio de su hijo Tachito en la capital de Paraguay, pues otro poeta haló del gatillo de la bazuca que hizo estallar el carro blindado que ocupaba.

El pasaje tiene connotaciones bíblicas: La traición de Tacho Somoza y sus catorce apóstoles, la blandenguería del presidente Sacasa, el secuestro de los blancos militares, el fusilamiento como crucifixión de Sandino y sus acompañantes, e incluso el despojo y sorteo de sus ropas y propiedades por la jauría de hienas que era la soldadesca ebria. Sin embargo, Don Abelardo se redime y levanta del muladar con el firme pulso de su escritura: “La noticia de que asesinaron a este hombre pequeño de estatura, con esos pies gorditos y blancos, como chinita, van a gritarla los voceadores en las calles asfaltadas y concurridas; y meterá bulla e indignación la clase de muerte que se les dio. Hombres famosos y anónimos, en las grandes ciudades del mundo y en los pueblos más pequeños, hablarán de ellos, los que yo estoy mirando aquí”. Además del pueblo en armas que derrocó la tiranía de los Somoza en 1979, tenemos las voces de Salomón de la Selva, Ernesto Cardenal, José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Manolo Cuadra y los venezolanos Enriqueta Arvelo Larriva, Rafael de Nogales Méndez y Orlando Araujo entre muchos. Todos ellos ocupando la gran enramada transfigurada que presiden Cristo, el profeta Elías y Sandino. Nos llamamos Legión porque somos muchos.    

 

BIBLIOGRAFÍA

Cuadra, Abelardo (1979). Hombre del Caribe. Memorias. San José de Costa Rica: Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA).

UNA BIOGRAFÍA PORTÁTIL DE MUEVE (DE LA SERIE "RELATOS DEL DÍA DEL JUICIO FINAL"). JOSÉ CARLOS DE NÓBREGA

 


UNA BIOGRAFÍA PORTÁTIL DE MUEVE

A Ismael Noé y Pedro Téllez

MUEVE o el Movimiento Universitario Evangélico Venezolano, estuvo integrado por una llamativa y estupenda generación de universitarios carabobeños entre las décadas del 60 y el 80 en la ciudad de Valencia, la de Venezuela. Estudiantes y docentes de la Universidad de Carabobo como el Doctor Víctor Cuadra, el historiador José Francisco Jiménez, José Sada, Aristóbulo Chirivella, Edmundo Lasdinz, Rocco Nocella, Pepe Perdomo, Enrique “Quique” García Grooscors, Ismael Noé y el gordo Martín, hicieron sentir la voz plural, ecuménica y unitaria de la organización en los tiempos posteriores al Mayo Francés y al Tlatelolco mártir de 1968.

Oriundo de otra organización universitaria por desgracia fundamentalista, el grupo Alfa y Omega del acaramelado capitalista Bill Bright, los conocí en los inicios de mis estudios en la Facultad de Educación de la UC. Al punto de migrar al MUEVE, pues me cautivó su inquietud intelectual y fortaleza crítica enclavadas en un cristianismo verdadero de catacumbas: Esto es una propuesta comunitaria distante de las Iglesias como aparatos ideológicos del Estado.

No se trataba de la evangelización compulsiva por vía del ardid publicitario e ideológico de “Las cuatro leyes espirituales”, ello en procura apresurada de nuevos clientes religiosos, sino la realización de la comunidad en Cristo en el teatro de operaciones de un mundo muy complicado. Hablar de Cristo no es una operación mercantil-confesional, sino diálogo abierto sobre el cristianismo como modo de vida no desvinculado de la actuación histórica y social. Nuestras referencias tutelares, en el buen sentido del término, son aún un Cristo vivo no idealizado ni ideologizado –claro está- , Martin Luther King, Gandhi y el teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer martirizado por los nazis.

Nos alimentábamos también de la revista y los libros publicados por la Editorial argentina Certeza: Especialmente accedimos a Samuel Escobar, René Padilla, C.S. Lewis y John Stott, autores teológicos que apostaban por una Teología de la Liberación desde el protestantismo.

Era una referencia el Mural de MUEVE en el Rectorado de la Universidad de Carabobo. Ilustraba a la ciudad con figuras y versículos bíblicos extraídos de versiones populares muy accesibles al pueblo latinoamericano. Evidenciando, eso sí, un tenor profético de denuncia política, religiosa y social. Precisamente MUEVE Valencia se escindió en dos bandos debido a una imagen del Mural que hacía referencia al tricolor de la golpista bandera sediciosa de Venezuela 1992: Los fundamentalistas evangélicos, liderados por Víctor Cuadra y Edmundo Lasdinz; y los ecuménicos socialistas entre los que destacaron José Francisco Jiménez, Quique García Grooscors e Ismael Noé. Por supuesto, dada mi formación anarco-teísta, apunté por el segundo grupo “rojo”, valga la alusión a la Segunda República española escarnecida por falangistas y estalinistas.

El muralismo muevista no sólo se expresó en el Rectorado, sino también en el centro de Valencia (donde todavía está su mural) y diversos espacios de Bárbula, al que los poderes fácticos mientan Campus Bárbula en una alienada nomenclatura de Centro Comercial con Club Dubi-Dubi en el sótano a manera de night club decadente.

Los volantes de MUEVE, en esténcil o fotocopias, no eran simples slogans pseudo-religiosos de ocasión, sino documentos de una cuartilla que tocaban temas como el desmadre y envilecimiento del sector universitario, la represión policial, una lectura dinámica del ministerio de Cristo más allá de la Semana Zángana, el ecologismo y la proliferación de sectas extranjerizantes.

Nuestro ministerio universitario sin cartera enfrentó a los poderes envilecidos dentro de la UC. Por ejemplo, al Proconsulado político-cultural que pretendía arrebatarnos el cubículo ubicado al lado de la no muy santa ni pro-estudiantil Federación de Centros Universitarios. En las primeras de cambio nos impusimos, sólo que años después, el nefasto gobernador Henrique Salas Röhmer Padre ordenó un brutal allanamiento de la universidad que confiscó los cubículos a los grupos políticos, religiosos y culturales alternativos.

La Historia nos dio la razón, no sólo en lo tocante al daño que el Comisariato ideológico cultural propinó con saña en Ateneos y espacios culturales de la ciudad y el resto del estado; sino también en lo concerniente de apiñar en el partido político ORA de Godofredo Marín una clientela evangélica exclusiva (antecedente del vasallaje ciego y fundamentalista que votó por el pastor evangélico Javier Bertucci en Venezuela y por Jair Bolsonaro en Brasil). La lucha por restituir la justicia y una sociedad mejor, no sólo debe ser ecuménica sino también plural, universal y progresista.

Pude participar en dos jornadas de protesta memorables: El desmontaje del hipócrita festejo relativo al Bicentenario del Natalicio del Libertador Simón Bolívar (Casa de la Estrella, Centro de Valencia, 1983) y la denuncia de los crímenes policiales en el caso del estudiante asesinado de la Universidad Central de Venezuela, Ismael Humberto Bolívar Ríos (1984). Respecto al primer grito libertario, todavía –que yo sepa- ningún Congreso ni ninguna Asamblea Nacional ha derogado la infamia de la Casa de la Estrella, 1830, que proscribió y expulsó a Bolívar del país liquidando a la Gran Colombia. Tan sólo se colocó en la fachada una placa conmemorativa del hecho reivindicativo que, poco tiempo después, se extravió. Más atención nos prestaron los dueños portugueses del Bar La Estrella, pese a que los fastidiábamos con el perifoneo ad infinitum de nuestro volante y comunicado: El establecimiento todavía existe hoy y en su interior sigue presidiendo un bonito retrato de Simón Bolívar. El segundo, nos trajo consigo a José Francisco Jiménez, Edmundo Lasdinz y mi persona un breve presidio con ruleteo policial añadido del tristemente Cuartel policial de la Navas Spínola [en este local de hacinamiento penitenciario se suicidó el boxeador el Inca Valero y se quemaron centenares de presos en incidentes poco claros] a la DISIP de la Urbanización La Alegría.

¿Cómo se desarrolló el Día del Juicio Final de MUEVE en Valencia? Lamentablemente, el vacío generacional y la intolerancia del sector evangélico fundamentalista de Cuadra y Lasdinz fueron los catalizadores de la descomposición y desmembramiento de nuestra muy querida y añorada organización de militancia en Cristo liberador. Sin embargo, en ese grupo aprendí el significado solidario del término “conciencia de clase”, no sólo a través de esa biblioteca maravillosa de la Fe y la Esperanza que es La Biblia, los volantes y los murales del Grupo,  sino especialmente en la acción evangélica vivida a campo traviesa: Cuando me secuestró la DIVINTEL en El Rectorado, con motivo de la protesta contra los crímenes policiales, el flaco Ismael se guindó del carro postizo de los polizontes para rescatarme en una arriesgada y poética maniobra que no prosperó, pero que se estampó en la memoria rebelde agradecida. Como dicen los jesuitas, para la mayor Gloria de Dios.                    

DIETRICH BONHOEFFER (DE LA SERIE "RELATOS DEL DÍA DEL JUICIO FINAL"). JOSÉ CARLOS DE NÓBREGA

 


DIETRICH BONHOEFFER

Al flaco Ismael Noé, militante evangélico de la liberación en Cristo

Dietrich Bonhoeffer (Breslau, Alemania, 1906-Flossenbürg, 1945) es una voz notable de la teología cristiana contemporánea desde el protestantismo. Tenemos la osadía de afirmar categóricamente que el conjunto de su obra antecede a la Teología de la Liberación latinoamericana de Gustavo Gutiérrez, Enrique Dussel y Leonardo Boff. Entre sus libros de teología tenemos Vida en Comunidad (Sígueme, 1979) y El Precio de la Gracia.

Resistencia y sumisión (1951, al cuidado de su editor y biógrafo Eberhard Bethge), publicado en 1983 por la católica Ediciones Sígueme –Salamanca, es un volumen póstumo que recoge ensayos, correspondencia, diarios y poemas escritos en el contexto de su prisión en Tegel, campo de presidio nazi, entre 1943 y 1945. Bonhoeffer fue un militante de la fe cristiana que apostó por la liberación de su país escarnecido por el Tercer Reich. Detenido el 5 de abril de 1943 por sedición, fue ejecutado el 9 de abril de 1945, poco antes de que fuese liberada Alemania por las fuerzas aliadas encabezadas por el Ejército Rojo creado por León Trotsky, otro mártir de la libertad asesinado por el héroe estalinista español Ramón Mercader en México el año 1940.

Además de la correspondencia, acosada por la censura nazi y facilitada por amigos oficiales del presidio, se compilaron poemas, oraciones y textos teológicos. Por supuesto, el lector no puede pasar por alto la lectura del documento “Balance en la transición a 1943. Al cabo de diez años” (publicado por La Editorial argentina protestante La Aurora), un profundo y corajudo ensayo sobre el desmadre del milenio nazi que, por fortuna, duraría doce años. La ética cristiana se desborda para restituir la justicia, a la vera de la profecía bíblica y el análisis político-social, en una Europa estragada por la guerra.

Nos comenta Bethge que este título significativo se convierte en la película del cautiverio de Bonhoeffer, o edifica a nuestro entender un gran poema polifónico en verso y prosa en el que el pastor luterano “combina los aspectos más personales con los mundiales, elaborando así, en una síntesis sensacional, la unidad en un espíritu superior y en un corazón sensible”. La mística incubada en la prisión es cristianismo rebelde y díscolo con el genocidio y la guerra como negocio y expansión territorial esclavizante.

Incluso un libro teológico “puro” como Vida en Comunidad critica los vicios de las jerarquías religiosas y sus “ensoñaciones piadosas” cuando arremeten contra los pecadores más vulnerables y, en consecuencia, entenebrecen el devenir histórico y espiritual de la comunidad cristiana. Reivindica la primacía del amor y el perdón muy por encima de los formalismos religiosos institucionales y, por supuesto, la superioridad moral. Una auténtica vuelta a la experiencia extrema y solidaria del cristianismo de las Catacumbas, significa la asunción de un modo de vida liberador y propiciador del cambio social dentro y fuera de la Iglesia.

No nos queda duda que Bonhoeffer posee la estatura ética, utopista (la utopía no es una pieza fantástica sino la formulación de un mejor mundo por venir) y comprometida de Martin Luther King, Gandhi, Camilo Torres y Monseñor Oscar Arnulfo Romero. Todos ellos, al igual que Sandino, Farabundo Martí y el poeta Roque Dalton, integran el martirologio que se arriesga por la vida y no por la muerte que entraña la sumisión de las mayorías. Ello no obstante las convicciones religiosas y políticas de cada cual. Las clases dominantes insisten en enfrentar la religión, la política y el arte como modos de vida que se aborrecen. Por el contrario, son evidentes sus vínculos con la liberación de la humanidad y la restitución de un mejor nivel de existencia.

Dietrich Bonhoeffer no se refugió en ninguna cátedra teológica en Nueva York, ciudad en la que también se formó. Apostó por organizar a la Iglesia de Cristo que no quería plegarse a la villanía envilecida del totalitarismo de Hitler y Mussolini. A tal punto, se le prohibió en Alemania ejercer el magisterio universitario, la escritura profético-teológica y, peor todavía, la conducción de su propia comunidad religiosa.

A setenta y cinco años de su ejecución y martirologio, sus libros siguen apasionando nuestro corazón cristiano y rebelde. Por tal razón, un grupo de amigos (Ismael Noé, Martín Lara, Quique García Grooscors y este polemista compulsivo) hemos constituido el Centro de Estudios Teológicos “Dietrich Bonhoeffer” aquí en Valencia, la de Venezuela.

El Día del Juicio Final de Dietrich Bonhoeffer, comprendió el período de dos años de la estadía en prisión que lo llevó finalmente al paredón de fusilamiento. El discurso literario en la situación extrema que supone el cautiverio y una muy posible ejecución sumaria, no fue dispersa ni fragmentaria como se puede desprender de una lectura superficial del referido libro póstumo. Constituyó una experiencia poligráfica al igual que la Biblia: Escritura de Dios diversa, contingente e intensamente humanística. En ambas propuestas escriturales, la colectiva bíblica y la individual del reo del siglo XX, tenemos desde la crónica del Génesis y el Éxodo, los cuatro evangelios y el diario llevado en la celda; pasando por las epístolas de San Pablo y las cartas que se cruzó el pastor y el hombre Bonhoeffer con familiares y amigos; hasta la poesía indiscutible y confesional de los Salmos y los poemas del recluso político.

Sin estridencia estilística alguna ni ampulosidad en la captación y recreación de su vía crucis en cana, Bonhoeffer se convierte en poeta del Decir como el pastor de cabras Miguel Hernández, el sacerdote Ernesto Cardenal o el monje Thomas Merton. Sus poemas “¿Quién soy?” y “Voces nocturnas en Tegel”, dan testimonio fehaciente tanto de la angustia que provoca la copa apurada por Cristo en Getsemaní, como la alegría indecible de la resurrección al tercer día. Todo un proceso de vida y escritura enclavadas en el saberse contradecir y en la superación de la culpabilidad inducida por el Poder dominante de afuera y el imaginario judeo-cristiano que bulle adentro. Bien lo decía Unamuno, fe que no duda no se puede considerar como tal. A lo que añade con no menos elocuencia el mismo Dietrich Bonhoeffer: “¿Quién soy? Las preguntas solitarias se burlan de mí”.         

He aquí el poema “¿Quién soy?”, el cual habla por sí solo del diálogo contingente, ansioso y amoroso de Bonhoeffer consigo mismo, con Dios trino liberador y con su prójimo coetáneo y el de más acá en el tiempo histórico.

¿Quién soy? Me dicen a menudo

Que salgo de mi celda

Sereno, risueño y firme,

Como un noble de su palacio.

 

¿Quién soy? Me dicen a menudo

Que hablo con los carceleros

Libre, amistosa y francamente,

Como si mandase yo.

 

¿Quién soy? Me dicen también

Que soporto los días de infortunio

Con indiferencia, sonrisa y orgullo,

Como alguien acostumbrado a vencer.

 

¿Soy realmente lo que otros dicen de mí?

¿O bien sólo soy lo que yo mismo sé de mí?

Intranquilo, ansioso, enfermo, cual pajarillo enjaulado,

Pugnando por poder respirar, como si alguien me oprimiese la garganta,

Hambriento de colores, de flores, de cantos de aves,

Sediento de buenas palabras y de proximidad humana,

Temblando de cólera ante la arbitrariedad y el menor agravio,

Agitado por la espera de grandes cosas,

Impotente y temeroso por los amigos en la infinita lejanía,

Cansado y vacío para orar, pensar y crear,

Agotado y dispuesto a despedirme de todo.

 

¿Quién soy? ¿Este o aquel?

¿Seré hoy éste, mañana otro?

¿Seré los dos a la vez? ¿Ante los hombres un hipócrita,

Y ante mí mismo un despreciable y quejumbroso débil?

¿O bien, lo que aún queda en mí semeja el ejército batido

Que se retira desordenado ante la victoria que tenía segura?

 

¿Quién soy? Las preguntas solitarias se burlan de mí.

Sea quien sea, tú me conoces, tuyo soy, ¡oh Dios!

[Tomado de “Resistencia y Sumisión”, Ediciones Sígueme – Salamanca, 1983, traducción de José J. Alemany, pp. 243-244].