LITERATURA EN CANA
José Carlos De Nóbrega
La literatura como mirada impertinente y
transformadora del mundo, no puede pasar por alto las situaciones extremas que
ha atravesado la Humanidad en su devenir histórico. El encarcelamiento es una
experiencia límite muy intensa, al igual que el éxtasis místico, la carnicería
de la guerra y el erotismo en todas sus manifestaciones. Sin establecer
taxonomías inútiles que esterilicen el cautiverio penal, encontramos que la
escritura tras las rejas comprende a autores consolidados [Oscar Wilde, Rufino
Blanco Fombona, Alfredo Arvelo Larriva, José Rafael Pocaterra]; testimonios
autobiográficos inmediatos en lo político y lo vital [Abelardo Cuadra o Jacobo
Timerman] y la insurgencia sorprendente de voces marginales o subalternas de
diverso registro y calidad [Jean Genet, Pedro Serrano Toro –Barrabás-, Ramón
Antonio Brizuela o Eleuterio Sánchez –El Lute-]. La ficción literaria y
cinematográfica se prenda salvajemente del Presidio en tiempo histórico y real,
pues integra notablemente la sintomatología crónica y bipolar de nuestras
sociedades: La institución penitenciaria que vigila y castiga, se asemeja a otros
aparatos ideológicos del Estado como la Escuela, la Iglesia e incluso los
Museos, pues se asimilan a la metáfora del Mausoleo como compartimiento estanco
en el que se hacinan los hombres, las palabras y los objetos estéticos. Tomaremos,
en la redacción de esta glosa breve, como referencia vinculante el “Retrato del
artista encarcelado” (1999, Universidad Cecilio Acosta) de uno de nuestros
grandes amigos, el crítico y escritor cubano Julio Miranda.
El brillante ensayo de Miranda, partiendo
de la auténtica categoría existencial que es la vivencia carcelaria, nos pinta
los retratos de Oscar Wilde, Alfredo Arvelo Larriva y José Martí. Desdiciendo
la propaganda victoriana que aún aturde desde Inglaterra y Estados Unidos,
coincide con José Emilio Pacheco en su captación enriquecedora de Wilde, pues
detrás del dandy disimulado se esconde tras bastidores el aguijón crítico y
libertario que escribió la comedia “La importancia de llamarse Ernesto”, la
novela “El Retrato de Dorian Gray”, el ensayo “El alma del hombre bajo el
socialismo” y los textos presidiarios “Balada de la Cárcel de Reading” y la
“Epístola” dirigida a su díscolo amante Lord Alfred Douglas. Su intervalo creativo
comprendió el desmontaje lúdico del conservadurismo victoriano, el terrorismo
ético y existencial en la escisión de la personalidad de Dorian Gray, la
subversión política y la paradójica “mística del sufrimiento” que lo reduce a
la derrota y el desprestigio social [¿Acaso Wilde sobrestimó su ingenio y
talento discursivo, subestimando al punto el corazón predatorio de la sociedad
conservadora británica? ¿El juicio en su contra no puede extrapolarse al
proceso traumático de tutelaje colonial y represivo de su Irlanda, con el
Ejército Republicano Irlandés crecido a expensas del Domingo Sangriento de U2?]
Como canta Palmieri y la Perfecta al otro lado del Atlántico, “yo no quiero
morir encadenado”. Oscar Wilde apuesta todavía por la inteligencia rebelde que
se revela amorosa: “Cuando el hombre haya comprendido el individualismo,
comprenderá igualmente la simpatía hacia el prójimo y la ejercerá libre y
espontáneamente”.
El poeta Alfredo Arvelo Larriva desarrolla
una obra poética en prisión que apuntala el erotismo, por supuesto, como
manifestación compulsiva por la vida. En “Sones y Canciones” (1909), parafrasea
a Santa Teresa de Ávila mientras su imaginación sensual besa y muerde las
pulpas de la mujer: “Ay, Dios mío ¡Yo que muero sin vivir, / yo que muero
cuando no quiero morir!” El orgasmo estético modernista además de metaforizar
el cuerpo femenino componiendo bodegones frutales del trópico por devorar, nos
retrotrae el cautiverio de San Juan de la Cruz y Fray Luis de León, sólo que en
un desafío abierto y rebelde al Cabito y luego al Bagre. Instado por su compañero
de generación, Rufino Blanco Fombona, Arvelo purgaba pena por matar a un
posadero que irrespetó su honor. En “Diarios de mi Vida (1904-1905)”, Blanco
Fombona describe el encierro compartido con él en la Cárcel Pública de Ciudad
Bolívar. Recordemos que además de los Diarios, Don Rufino escribió “Cantos de la
Prisión” y su novela terrorista por excelencia “El hombre de hierro” [epitafio
de la cautividad ciudadana y el despropósito político de su tiempo]. Generación
egotista, duelista y libertina que incluyó también a Vargas Vila y la
militancia y el martirologio anti-colonialista de José Martí. En el caso de
Martí, el encarcelamiento adolescente se prorrogó en el exilio y el deterioro
físico, sobre todo manifiestos en las crónicas de New York, el ensayo sobre “El
presidio en Cuba” de 1871, el epistolario y la poesía: Nos encontramos con el
Job revisitado, reivindicado y revitalizado hoy [“Quisieron tasajearme, pero no
era preciso: yo me dejaba para poder seguir andando”].
Otro libro notable construido en el
encarcelamiento político, es “Hombre del Caribe” (1979, 2da edición, EDUCA) del
nicaragüense Abelardo Cuadra. Una autobiografía vitalista e itinerante o, mejor
aún, bitácora épica que reedita la Odisea Homérica y recrea su propia y
peripatética Jodisea [desde el levantamiento del informe sobre la muerte de
Sandino, “Total: catorce asesinos y conmigo quince”; protagonizando el segundo
alzamiento contra Tacho Somoza que le valió la prisión perpetua; hasta su
ulterior fuga para embarcarse en el combate contra las dictaduras de Trujillo y
Batista]. Muchas de sus páginas manuscritas fueron sacadas de prisión por su
hermano Luciano, contrabandeadas en el meritito interior de naranjas ácidas y
dulces. Reiteramos su extraordinario parecido con el coronel Aureliano Buendía,
héroe ignorado de las mil batallas perdidas que cambió los honores militares
por la elaboración infinita de
pescaditos de oro.
El malandraje que ha aportado sus libros,
construye también una narrativa y una cantata a contracorriente del Poder, eso
sí, desde la marginalidad que transita caminos más tortuosos. Tenemos el
“Diario del Ladrón” (1949) de Jean Genet, como punto de arranque de una obra
literaria audaz y ambiciosa que se abrió paso cavando un túnel de fuga hacia el
indulto y el reconocimiento. El venezolano Pedro Serrano Toro, Barrabás, no
sólo sirvió de modelo que le permitió a Otero Silva crear a Victorino Pérez,
sino también ha escrito a la fecha cinco libros [destacamos “Si te acercas, te
mato” (1979)]. El documental “Barrabás” (2009) de Giuliano Salvatore excede la
confortabilidad del discurso edificante pequeñoburgués. Valga la salsa cabilla
de Palmieri y Quintana: “La libertad, caballero, / no me la quites a mí”.
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