miércoles, 28 de septiembre de 2016

BACHACOS EN VALENCIA. JOSÉ CARLOS DE NÓBREGA


BACHACOS EN VALENCIA

José Carlos De Nóbrega

     El poeta brasileño Manuel Bandeira, en uno de sus poemas, nos describe una bestia que estaba buscando comida en el basurero del patio: “Tragaba con voracidad // El animal no era un perro, / No era un gato / No era un ratón. // El animal, Dios mío, era un hombre”. Este aterrador bestiario, se puede asimilar a las masas desdichadas que van en procura de los productos regulados en los mercados periféricos y los supermercados privados ubicados en Carabobo. Un martes nos tocó nuestra primera incursión en esta actividad de recolección alimenticia peripatética: A la 1 am, desperté convertido en oscuro bachaco dispuesto a una jornada vil y absurda de sobrevivencia.

     Las colas interminables de consumidores y vendedores [de café, cigarros o indulgencias mercachifles para colearse], además de la anarquía, la violencia, la corrupción y la impunidad que involucran, no son gratuitas ni producto de la risible y oprobiosa coyuntura que nos golpea. Por el contrario, se trata de un hormiguero abyecto, diseñado e instrumentado por los poderes fácticos aliados en una sociedad de cómplices bipartita y reeditada. Los Bachacos Reyes nunca están a la vista, puesto que dirigen y cobran los mayores dividendos de este desmadre de compra y venta. Ocupan sus Palacios, Cuarteles y Asambleas con la indolencia crápula de la élite política, armada y financiera que se regodea con el dolor de los Bachacos Obreros.

     Los Bachacos Zánganos constituyen los intermediarios en esta rebatiña espantosa de tres paquetes de pasta, dos botellas de salsa de tomate, un pote de mantequilla y una docena de rollos de papel toilet por bachaco bregador. Lo verificamos en dos Supermercados del Norte de la ciudad de Valencia. Los Zánganos Lazarillos trafican los lugares en la cola a cambio de dinero en efectivo o, mejor aún, su equivalente en productos a revender con sobreprecio en bodegas o abastos [uno de pasta y/o una de salsa por cabeza]. Por lo general, el lazarillo es un muy joven desertor de la escuela, pues ni su oficio, ni el de sicario, mucho menos el Doctorado Pran son carreras ofertadas por un sistema educativo chueco. Los Zánganos Verdes integran la clase armada que avala el mercado negro como tal [este rol sí se estudia formalmente y gradúa a guardias, pacos multicolores y judiciales pelafustanes en las artes del rebusque]: Simulan el orden cerrado de la comparsa que desfila a la intemperie y en el interior del hormiguero mercantil, pues se trata en sí de velar que este caos de la oferta flaca y la demanda hambrienta se realice sin queja ni protesta obrera alguna. Los Zánganos Blancos portan el carnet de gerencia del mercado periférico o supermercado, en tanto patente de corso para dosificar el flujo de los patéticos combos a vender e infligir insultos a tan desgraciada clientela.

     Luego de más de diez horas de humillaciones y ofensas, nos hicimos con un mercado de la miseria equivalente a tres kilos de harina, kilo y medio de pasta larga, dos de kétchup y los doce rollos de papel sanitario. En plena digestión escuálida que sólo permite evacuar las tripas cada dos o tres días, nos resta preguntarnos: ¿Este circo de mercadeo y contrabando está previsto por una política económica seria y coherente? ¿A renta petrolera decadente, cesta bachaquera? ¿Acaso es una puesta de escena macabra que caricaturiza una guerra civil o un estado de sitio no declarados? ¿Quién sacará a vergajazos a los mercaderes del Templo? Nos responde Juan Calzadilla en la cola:

“-Jodidas no están las circunstancias- respondió el que me seguía, de pie, en la fila-. / Jodidos estamos nosotros”.      

           

            


Siqueiros por el fotógrafo mexicano Héctor García

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