miércoles, 28 de septiembre de 2016

DOS FILMES DE MIGUEL GUÉDEZ. JOSÉ CARLOS DE NÓBREGA


DOS FILMES DE MIGUEL GUÉDEZ

José Carlos De Nóbrega

Ni la clase media ni la burguesía nacional, por lo tanto la revolución, como el cine, dialoga entonces con las fuerzas potencialmente revolucionarias de la sociedad. Julio García Espinoza.

     Miguel Guédez (Caracas, 1983) es un joven cineasta de raigambre popular divorciado, claro está, del populismo y la consolación en el campo de la política y el arte. Si bien hijo y heredero de la obra de su padre, el cineasta y poeta Jesús Enrique Guédez, él nos ha demostrado con sus propios films una personalidad indiscutible que no comulga en el parricidio simbólico ni en la santificación estéril de su antecedente. Su propuesta apunta al desmontaje crítico de los equívocos históricos de su entorno, la desconfianza de toda referencia ideológica en tanto falsa conciencia y la dinámica transparente de su discurso cinematográfico. En un artículo publicado en la extinta revista “Se Mueve”, n° 1, enero-febrero 2011, abomina del imperio de los artificios técnicos en la ausencia del corazón creador: “¿Por qué nos cuesta tanto permitirnos reír como reímos, llorar como lloramos y hasta matar como matamos?”. Las interrogaciones, desprovistas del dramatismo romántico, se reconvierten en una poética posible de un cine alternativo, inquisitivo, popular y rebelde.

     Tomemos dos de sus películas recientes en internet: “El cine político de Guédez” (2013, documental, 24 min) y EX (2015, ficción, 13 min). En el primer caso, tenemos una aproximación apasionada pero no apologista a la obra cinematográfica de Jesús Enrique Guédez. Nos parece un ensayo fílmico que permite la respiración de los entrevistados en torno a nuestro autor fílmico y literario, además del flujo vivaz de las imágenes de archivo seleccionadas y montadas con suma precisión y estupendo pulso rítmico. La visión panorámica del tema, si bien cronológica, se despliega en el soporte y la disposición argumentativa del discurso documental que sugiere la revisita de los aportes de Pasolini [en torno al cine poesía], Pío Baldelli [el cine político y el mito de las superestructuras], Julio García Espinoza [cine revolucionario] e incluso el manifiesto del cine pobre de Humberto Solás. Por fortuna, sin incurrir en los vicios de la cita culterana como trampa academicista e ideologizante: El realismo crítico, poético y popular de Jesús Enrique Guédez se desenvuelve en la vitalidad de los niños que simulan en el barrio fusilamientos y juicios sumarios a la pobreza; los autorretratos del desempleado, la madre proletaria y el obrero petrolero que son reivindicados en una estética de la fealdad afín a Baudelaire y Pocaterra [pues la gente se ve y reconoce en el film sin intermediación alguna]; los cartelones, las pancartas y el estrépito del megáfono como recursos de insurgencia; o la fusión del compromiso político y el aliento poético arrebatador de “El Iluminado”, su único largometraje de ficción. Por supuesto, se trata de visibilizar al atribulado ciudadano a campo traviesa, sin la estridencia de los efectos especiales de la industria cinematográfica, ni las líneas editoriales de los medios y redes sociales en las peores manos. Ensayado y ensayista se reconcilian en hacer estallar las calles con un cine díscolo y logrado.

     El cortometraje de ficción “EX” no escapa tampoco a las preocupaciones por el país y su coyuntura histórica patente en el desmadre socioeconómico y el despropósito político. Revela las contradicciones y la decadencia del modelo rentista petrolero, con sus altas dosis narcóticas de consumismo y la débil diversificación productiva. Protagonizado por un magnífico Roger Herrera y un flemático Jean Franco de Marchi, el film establece el duelo silente entre el ex guerrillero y el corresponsal extranjero en el caos ruidoso, carnavalesco y descoyuntado de la República petrolera. Los monólogos de ambos comprenden los murmullos bipolares del insurgente aindiado, vencido y traicionado, amén del fluir apolíneo [¿liberal?] de la conciencia del periodista carente de certezas cual cronista de Indias. Incluso llama la atención la bibliografía de bolsillo que esgrime cada quien: en el caso del ex combatiente el “Anti-manual” de Ludovico Silva, garrote heterodoxo contra el estalinismo y el realismo socialista; y en lo que toca al pérfido reportero protestante, “Los caminos de la libertad” de Bertrand Russell, encrucijada del atomismo lógico y el pesimismo en torno al abuso de la ciencia que reedita al Stevenson de Doctor Jekyll y Míster Hyde. Simón Bolívar, mediatizado y manipulado desde 1830 por inquisidores políticos impresentables, no es más que un espectro silencioso ante la cefalea taladrante del marginado en el teatro de las ilusiones más decepcionante. Sin embargo, Miguel Guédez no desmaya en las inhóspitas locaciones de la nación y el continente, pues el maremágnum del debate en medio del escurridizo y escindido momento histórico, es caldo propicio para la configuración de una perspectiva cinematográfica de clase.                        

 
 

Película "Testimonio de un obrero petrolero" (1978) de Jesús Enrique Guédez

 
Nota del Administrador: Jesús Enrique Guédez (Puerto Nutrias, Barinas, 1930-Caracas, 2006) fue un cineasta y poeta venezolano que trató en el arte su preocupación social por el país. En poesía publicó, entre otros títulos, los libros "Las Naves", "Sacramentales" y "El Gran Poder". De su obra cinematográfica tenemos por ejemplo los documentales "La ciudad que nos ve" (1967), "Desempleo" (1970), "Pueblo de Lata" (1973) y "Saludos, precioso pájaro" (2005), además del largometraje de ficción "El Iluminado" (1986). Les presentamos el mediometraje documental "Testimonio de un obrero petrolero", el cual registra la lucha de los obreros de la industria del petróleo en Venezuela por mejorar sus condiciones de vida. ¡Ver para entender a nuestro país!

BACHACOS EN VALENCIA. JOSÉ CARLOS DE NÓBREGA


BACHACOS EN VALENCIA

José Carlos De Nóbrega

     El poeta brasileño Manuel Bandeira, en uno de sus poemas, nos describe una bestia que estaba buscando comida en el basurero del patio: “Tragaba con voracidad // El animal no era un perro, / No era un gato / No era un ratón. // El animal, Dios mío, era un hombre”. Este aterrador bestiario, se puede asimilar a las masas desdichadas que van en procura de los productos regulados en los mercados periféricos y los supermercados privados ubicados en Carabobo. Un martes nos tocó nuestra primera incursión en esta actividad de recolección alimenticia peripatética: A la 1 am, desperté convertido en oscuro bachaco dispuesto a una jornada vil y absurda de sobrevivencia.

     Las colas interminables de consumidores y vendedores [de café, cigarros o indulgencias mercachifles para colearse], además de la anarquía, la violencia, la corrupción y la impunidad que involucran, no son gratuitas ni producto de la risible y oprobiosa coyuntura que nos golpea. Por el contrario, se trata de un hormiguero abyecto, diseñado e instrumentado por los poderes fácticos aliados en una sociedad de cómplices bipartita y reeditada. Los Bachacos Reyes nunca están a la vista, puesto que dirigen y cobran los mayores dividendos de este desmadre de compra y venta. Ocupan sus Palacios, Cuarteles y Asambleas con la indolencia crápula de la élite política, armada y financiera que se regodea con el dolor de los Bachacos Obreros.

     Los Bachacos Zánganos constituyen los intermediarios en esta rebatiña espantosa de tres paquetes de pasta, dos botellas de salsa de tomate, un pote de mantequilla y una docena de rollos de papel toilet por bachaco bregador. Lo verificamos en dos Supermercados del Norte de la ciudad de Valencia. Los Zánganos Lazarillos trafican los lugares en la cola a cambio de dinero en efectivo o, mejor aún, su equivalente en productos a revender con sobreprecio en bodegas o abastos [uno de pasta y/o una de salsa por cabeza]. Por lo general, el lazarillo es un muy joven desertor de la escuela, pues ni su oficio, ni el de sicario, mucho menos el Doctorado Pran son carreras ofertadas por un sistema educativo chueco. Los Zánganos Verdes integran la clase armada que avala el mercado negro como tal [este rol sí se estudia formalmente y gradúa a guardias, pacos multicolores y judiciales pelafustanes en las artes del rebusque]: Simulan el orden cerrado de la comparsa que desfila a la intemperie y en el interior del hormiguero mercantil, pues se trata en sí de velar que este caos de la oferta flaca y la demanda hambrienta se realice sin queja ni protesta obrera alguna. Los Zánganos Blancos portan el carnet de gerencia del mercado periférico o supermercado, en tanto patente de corso para dosificar el flujo de los patéticos combos a vender e infligir insultos a tan desgraciada clientela.

     Luego de más de diez horas de humillaciones y ofensas, nos hicimos con un mercado de la miseria equivalente a tres kilos de harina, kilo y medio de pasta larga, dos de kétchup y los doce rollos de papel sanitario. En plena digestión escuálida que sólo permite evacuar las tripas cada dos o tres días, nos resta preguntarnos: ¿Este circo de mercadeo y contrabando está previsto por una política económica seria y coherente? ¿A renta petrolera decadente, cesta bachaquera? ¿Acaso es una puesta de escena macabra que caricaturiza una guerra civil o un estado de sitio no declarados? ¿Quién sacará a vergajazos a los mercaderes del Templo? Nos responde Juan Calzadilla en la cola:

“-Jodidas no están las circunstancias- respondió el que me seguía, de pie, en la fila-. / Jodidos estamos nosotros”.      

           

            


Siqueiros por el fotógrafo mexicano Héctor García

martes, 6 de septiembre de 2016

A PROPÓSITO DEL BACHAQUEO, ¿QUÉ LES PARECE ESTA CUARTETA DE OTERO SILVA?

Lamentablemente, comerciantes inescrupulosos [formales e informales] golpean los bolsillos de los ciudadanos de a pie, cuando revenden los productos alimenticios, medicinales y de aseo personal a precios altísimos. No se justifican tampoco las colas a la intemperie que tienen que calarse padres, hijos y nietos para adquirirlos. Sin embargo, no hay que perder la calma y caernos a trompadas con los vecinos que quieren colearse en la fila. La organización comunitaria y una pizca de humor nos permitirá enfrentar tan problemática situación. Por tal razón, les ofrecemos esta cuarteta de Miguel Otero Silva, alusiva al caso, para reírnos un poco. El Administrador del Blog.
 
"Oh, Jesús, qué grande eres,
y qué fuertes son tus brazos!,
gritaban los mercaderes
al sentir los vergajazos".
 
Miguel Otero Silva: Las Celestiales (segunda edición de 1974).
 
La ilustración es un lienzo de El Greco, La expulsión de los mercaderes del templo.
 
 
  

LAS CELESTIALES: UN ESTIMADO LIBRO CINCUENTENARIO. José Carlos De Nóbrega


LAS CELESTIALES: UN  ESTIMADO LIBRO CINCUENTENARIO

 

José Carlos De Nóbrega


El padre parecía una capitular de oro; yo, junto a él, una insignificante minúscula impresa en tinta roja. José Rubén Romero: La Vida inútil de Pito Pérez.


     La agudeza literaria de Miguel Otero Silva se exhibe sin freno en dos de sus obras más disímiles entre sí: Tenemos la incendiaria parodia del discurso católico que es “Las Celestiales”, con sus Santos asaeteados por la picante lengua popular, y la aproximación poética a la figura de Jesucristo vertida en el texto novelístico de “La piedra que era Cristo” (no podemos olvidar el impactante monólogo de la cabeza cortada de Juan el Bautista que escarnece la banalidad impía del rey Herodes). Ambos textos no sólo refieren el espíritu rojo y ateo de su autor, sino el apetito descarado del escritor por desmontar los discursos autorizados que sustentan el Poder vertical, mezquino y usurero que tritura sin clemencia a las mayorías. La literatura acomete la labor profética de promover e instaurar a como dé lugar la justicia social. Ya lo manifiesta ese vagabundo y borracho de Pito Pérez: “¡Pobre de los pobres! Yo les aconsejo que respeten siempre la ley, y que la cumplan, pero que se orinen en sus representantes”. Por supuesto, la ley hecha carne en la lucha revolucionaria de a de veras, no la propuesta por los grandes laboratorios de la propaganda periodística, historiográfica e ideológica que pretenden pervertirla y envilecerla.

     El discurso diabólico, como ocurre con el habla salvaje y primaria de los niños y los locos, es un recurso insoslayable para atacar y poner en evidencia la fragilidad y la corrupción de un orden de cosas bizarro que ha invadido a los templos y las academias: La política de ultratumba, con sus cielos de algodón y sus infiernos carbonizados –no entendemos aún por qué la burocracia eclesiástica nos quita la sala de espera que es el purgatorio-, engorda las finanzas vaticanas y protestantes, amén de proveer de carne fresca a curas y obispos pedófilos; nuestras universidades autónomas, experimentales y privadas coinciden en la tercerización laboral de docentes y empleados y la cosificación del conocimiento a expensas de los intereses de grupos de poder. La Iglesia está penetrada por la politiquería más árida, en tanto que las academias son el detritus de organizaciones religiosas que hacen acólitos con su verborrea terrorista y macabra. Es justa y necesaria la lucidez satánica para ir a contracorriente del imperio de la lasitud vital.

     Este gran rosario inverso titulado “Las Celestiales”, integrado por 25 coplas picantísimas y prevaricadoras, tuvo dos ediciones: la primera de 1965, firmada con el pseudónimo doble de Iñaki de Errandonea (alias Miguel Otero Silva), Sacerdote Jesuita, como compilador y comentarista, además de Fray Joseba Escucarreta (alias Pedro León Zapata), S.J., en tanto ilustrador que caricaturiza a santos y mártires. Fue una bomba que estalló simultáneamente en la meritita cara de la histérica feligresía y en las barbas remojadas de la anquilosada jerarquía católica. Valga la desaprobación del Cardenal José Humberto Quintero: No está de sobra advertir que ese libro, en el que a propósito se ataca a la Religión y a las buenas costumbres y se hace mofa de los santos, se halla por ello mismo comprendido en la publicación del canon 1.399 del Código de Derecho Canónico. La segunda edición data de 1974, Ediciones de José Agustín Catalá, la cual agrega un prefacio de Miguel Otero Silva en carne y hueso que simula una apología exquisita de tan vituperado texto diabólico. Las Celestiales constituye un ejercicio transgenérico a la par de referentes notables como Borges, Bioy Casares e incluso Héctor Murena: La copla, destacada en negritas y caracteres gigantes, se fusiona con la prosa dialógica que se regodea en la impostura, el humor negro y una apasionada óptica crítica de la Historia de la Iglesia Católica. El Papado es la alcabala religiosa que tan sólo merece un jalón de papada aparejado con la carcajada del vulgo: “Al Papa Ruperto Doce / ni lo menciona la Historia, / porque se cagó una noche / en la Silla Gestatoria”. En este fetiche, nada que ver con la estupenda silla de Van Gogh, queda al descubierto el trasero y los testículos del Papa electo, pues el colegio cardenalicio debe templar las dos bolitas para evitar que otra Juana la Papisa escarnezca tan sagrada institución machista. Fetichismo y escatología van de la mano en lo que toca a la crítica del catolicismo, a los fines de configurar un intervalo estético y apóstata que nos retrotrae a Rabelais, el Decamerón de Boccaccio y Pasolini, el Nazarín de Galdós y Buñuel, el Satiricón de Petronio y Fellini e incluso el crucifijo inverso del cura Carlos Borges que lame y eyacula el voluptuoso cuerpo femenino. Qué decir de los prejuicios y mitos urbanos que aún despierta la orden jesuítica, suponemos entonces una dulce venganza de parte de ambos coautores: “Hiciste lo que quisiste, / San Ignacio de Loyola, / pero quisiste ser Papa / y te pisaste una bola”.

     A la espera de una pía, edificante y sensata actitud del Episcopado venezolano que le permita reencontrar al país, les invitamos a releer este libro extraordinario y cincuentenario. Sólo Dios y el Diablo nos complacen en la compulsión por la vida.

 

LITERATURA EN CANA. José Carlos De Nóbrega


LITERATURA EN CANA

José Carlos De Nóbrega

     La literatura como mirada impertinente y transformadora del mundo, no puede pasar por alto las situaciones extremas que ha atravesado la Humanidad en su devenir histórico. El encarcelamiento es una experiencia límite muy intensa, al igual que el éxtasis místico, la carnicería de la guerra y el erotismo en todas sus manifestaciones. Sin establecer taxonomías inútiles que esterilicen el cautiverio penal, encontramos que la escritura tras las rejas comprende a autores consolidados [Oscar Wilde, Rufino Blanco Fombona, Alfredo Arvelo Larriva, José Rafael Pocaterra]; testimonios autobiográficos inmediatos en lo político y lo vital [Abelardo Cuadra o Jacobo Timerman] y la insurgencia sorprendente de voces marginales o subalternas de diverso registro y calidad [Jean Genet, Pedro Serrano Toro –Barrabás-, Ramón Antonio Brizuela o Eleuterio Sánchez –El Lute-]. La ficción literaria y cinematográfica se prenda salvajemente del Presidio en tiempo histórico y real, pues integra notablemente la sintomatología crónica y bipolar de nuestras sociedades: La institución penitenciaria que vigila y castiga, se asemeja a otros aparatos ideológicos del Estado como la Escuela, la Iglesia e incluso los Museos, pues se asimilan a la metáfora del Mausoleo como compartimiento estanco en el que se hacinan los hombres, las palabras y los objetos estéticos. Tomaremos, en la redacción de esta glosa breve, como referencia vinculante el “Retrato del artista encarcelado” (1999, Universidad Cecilio Acosta) de uno de nuestros grandes amigos, el crítico y escritor cubano Julio Miranda.  

     El brillante ensayo de Miranda, partiendo de la auténtica categoría existencial que es la vivencia carcelaria, nos pinta los retratos de Oscar Wilde, Alfredo Arvelo Larriva y José Martí. Desdiciendo la propaganda victoriana que aún aturde desde Inglaterra y Estados Unidos, coincide con José Emilio Pacheco en su captación enriquecedora de Wilde, pues detrás del dandy disimulado se esconde tras bastidores el aguijón crítico y libertario que escribió la comedia “La importancia de llamarse Ernesto”, la novela “El Retrato de Dorian Gray”, el ensayo “El alma del hombre bajo el socialismo” y los textos presidiarios “Balada de la Cárcel de Reading” y la “Epístola” dirigida a su díscolo amante Lord Alfred Douglas. Su intervalo creativo comprendió el desmontaje lúdico del conservadurismo victoriano, el terrorismo ético y existencial en la escisión de la personalidad de Dorian Gray, la subversión política y la paradójica “mística del sufrimiento” que lo reduce a la derrota y el desprestigio social [¿Acaso Wilde sobrestimó su ingenio y talento discursivo, subestimando al punto el corazón predatorio de la sociedad conservadora británica? ¿El juicio en su contra no puede extrapolarse al proceso traumático de tutelaje colonial y represivo de su Irlanda, con el Ejército Republicano Irlandés crecido a expensas del Domingo Sangriento de U2?] Como canta Palmieri y la Perfecta al otro lado del Atlántico, “yo no quiero morir encadenado”. Oscar Wilde apuesta todavía por la inteligencia rebelde que se revela amorosa: “Cuando el hombre haya comprendido el individualismo, comprenderá igualmente la simpatía hacia el prójimo y la ejercerá libre y espontáneamente”.

     El poeta Alfredo Arvelo Larriva desarrolla una obra poética en prisión que apuntala el erotismo, por supuesto, como manifestación compulsiva por la vida. En “Sones y Canciones” (1909), parafrasea a Santa Teresa de Ávila mientras su imaginación sensual besa y muerde las pulpas de la mujer: “Ay, Dios mío ¡Yo que muero sin vivir, / yo que muero cuando no quiero morir!” El orgasmo estético modernista además de metaforizar el cuerpo femenino componiendo bodegones frutales del trópico por devorar, nos retrotrae el cautiverio de San Juan de la Cruz y Fray Luis de León, sólo que en un desafío abierto y rebelde al Cabito y luego al Bagre. Instado por su compañero de generación, Rufino Blanco Fombona, Arvelo purgaba pena por matar a un posadero que irrespetó su honor. En “Diarios de mi Vida (1904-1905)”, Blanco Fombona describe el encierro compartido con él en la Cárcel Pública de Ciudad Bolívar. Recordemos que además de los Diarios, Don Rufino escribió “Cantos de la Prisión” y su novela terrorista por excelencia “El hombre de hierro” [epitafio de la cautividad ciudadana y el despropósito político de su tiempo]. Generación egotista, duelista y libertina que incluyó también a Vargas Vila y la militancia y el martirologio anti-colonialista de José Martí. En el caso de Martí, el encarcelamiento adolescente se prorrogó en el exilio y el deterioro físico, sobre todo manifiestos en las crónicas de New York, el ensayo sobre “El presidio en Cuba” de 1871, el epistolario y la poesía: Nos encontramos con el Job revisitado, reivindicado y revitalizado hoy [“Quisieron tasajearme, pero no era preciso: yo me dejaba para poder seguir andando”].

     Otro libro notable construido en el encarcelamiento político, es “Hombre del Caribe” (1979, 2da edición, EDUCA) del nicaragüense Abelardo Cuadra. Una autobiografía vitalista e itinerante o, mejor aún, bitácora épica que reedita la Odisea Homérica y recrea su propia y peripatética Jodisea [desde el levantamiento del informe sobre la muerte de Sandino, “Total: catorce asesinos y conmigo quince”; protagonizando el segundo alzamiento contra Tacho Somoza que le valió la prisión perpetua; hasta su ulterior fuga para embarcarse en el combate contra las dictaduras de Trujillo y Batista]. Muchas de sus páginas manuscritas fueron sacadas de prisión por su hermano Luciano, contrabandeadas en el meritito interior de naranjas ácidas y dulces. Reiteramos su extraordinario parecido con el coronel Aureliano Buendía, héroe ignorado de las mil batallas perdidas que cambió los honores militares por la elaboración infinita de pescaditos de oro.

     El malandraje que ha aportado sus libros, construye también una narrativa y una cantata a contracorriente del Poder, eso sí, desde la marginalidad que transita caminos más tortuosos. Tenemos el “Diario del Ladrón” (1949) de Jean Genet, como punto de arranque de una obra literaria audaz y ambiciosa que se abrió paso cavando un túnel de fuga hacia el indulto y el reconocimiento. El venezolano Pedro Serrano Toro, Barrabás, no sólo sirvió de modelo que le permitió a Otero Silva crear a Victorino Pérez, sino también ha escrito a la fecha cinco libros [destacamos “Si te acercas, te mato” (1979)]. El documental “Barrabás” (2009) de Giuliano Salvatore excede la confortabilidad del discurso edificante pequeñoburgués. Valga la salsa cabilla de Palmieri y Quintana: “La libertad, caballero, / no me la quites a mí”.